Querido Armando:
Hoy más que nunca quisiera que la vida fuera cine; que terminadas estas palabras
de despedida algún director dijera: “Corte, se imprime!,” y te levantaras del
ataúd, hecho de cartón piedra como el resto del decorado donde actuamos, e hicieras
uno de tus chistes malos sobre Dios, Odebrecht o el calor infernal que produce estar
embutido en un estuche seis pies po runo; que luego te dirigieras a tu trailer
a repasar el guión entre martinis y aceitunas y te prepararas mentalmente para
la próxima escena, que seguro rodaríamos en la penumbra de una sala de cine, o
en el estudio atiborrado de libros donde escribes cuentos y críticas, o en la
cómodas ala de estar donde ves una serie policíaca, con Patricia a un lado y
Toby a tus pies.
Créeme, amigo, daría cualquier cosa porque fueras el Clint Eastwood que muere por primera vez
a manos de una pandilla en Gran Torino,
pero solo para que a continuación te levantes, te sacudas el polvo de la ropa y
te limpies la sangre sintética que brota de tu pecho y tu boca. Pagaría lo que
no tengo porque fueras Butch Cassidy
y se cumpliera lo que hemos sospechado todos estos años de que el vaquero
sobrevivió junto a Sundance Kid a la
lluvia de tiros que se escucha sobre el plano congelado que cierra la película.
Es más, haría el sacrificio de inscribirme en un partido político, con todo el
riesgo reputacional que tal imbecilidad conlleva, con tal que te quedaras con
nosotros aunque sea en las condiciones del Jean-Dominique
Bauby de La escafandra y la mariposa,
moviendo solo un ojo, !pero vivo y consciente!, para indicarnos con un pestañeo
si la película es buena, con dos si es mala, con tres si es pésima, y con
cuatro si es de Jimmy Sierra.
Sin embargo, querido amigo, creo que esta veza parecerá el The End inexorable y pondrán los créditos.
No serás un doble que podremos dejar olvidado, como en una de tus macabras historias,
en el nicho del cementerio mientras nos vamos a Casa de Teatro a evaluar los
cuentos de un concurso o a escuchar la más reciente aventura de Freddy
(Ginebra). Eres el protagonista de esta obra y el productor no acepta sustituciones.
Como ves, el cine, igual que la vida, tiene sus límites.
Pero antes de que enciendan las luces de la sala y se escuchen los
ruidos del proyeccionista que rebobina la cinta, quiero darte las gracias por enseñarme
a ver buen cine y por mostrarme cómo se escriben cuentos geniales; por convencerme,
a través de tu ejemplo, que la literatura y el cine solo pueden llevarse con
pasión y disciplina, esas cualidades que te permitieron ejercer más de 50 años
de crítica y publicar una veintena de libros.
Admiré (admiro) tu sentido del humor, irónico, ácido, negro, que intento
imitar, con tu consentimiento; admiré (admiro) tu coherencia, esa línea rectísima
de pensamiento y actitud que te trajo- sin que te importara- malquerencias e
incomprensiones; admiré (admiro) tu solidaridad auténtica, no la que espera “el
cielo prometido” ,sino es a que surge naturalmente del
corazón de los hombres ante la tragedia, como la practicada por los personajes
de Camus en La peste; admiré (admiro) tu humildad, la disposición a compartir conocimientos
y experiencias con quienes comenzamos el oficio, y ese casi desprecio por el
elogio y el reconocimiento; eres importante, lo sabías (lo sabes)pero para ti ganar
un premio (y ganaste muchos, los más altos) era como jugar dominó los lunes o
escuchar jazz cualquier noche; sabías (sabes) que lo fundamental es meter los
pies debajo del escritorio, tomar el lápiz o pulsar el teclado, e imaginar mundos.
Tal vez nos veamos por ahí, aunque sabemos que esa es una hipótesis
improbable; confío más en el recuerdo, y como el pequeño Salvatore de Cinema Paradiso,
miraré los pedazos editados al azar de nuestras vivencias para repasarlas de
vez en cuando y de 9 a 11, que es cuando suele vencerme la nostalgia.
Si has llegado a algún sitio (hipótesis nula), espero que haya un buen
cine donde exhiban películas de Truffaut, Bergman y Woody Allen. Si ponen una
de Robertico, sabré que no estás en el cielo.
Me harás mucha falta. Hasta siempre, amigo del alma!
Luis Martín Gómez
14 de julio de 2017