Cuando un cinéfilo veterano ve una película cualquiera y, a los pocos días descubre que a su alrededor,
se ha desatado la furia de los dioses, que todos discuten, que algunos acaban
con ella, otros la defienden a muerte, pues normalmente interviene, da su punto
de vista y, simplemente, reserva su opinión
Pero lo peculiar es que eso suceda con cintas señeras, fura de lo común,
como ha sucedido con “900”, de Bertolucci, “El nacimiento de una nación, de
Griffith, o “Cantando bajo la lluvia”, de
Kelly y Donen.
Pero, de buena a primeras resulta
que ahora todos opinan, y con fiereza
inusitada sobre una sencilla comedia, un “remake” de “remake” que viene del pasado
siglo, “”Beauty and the beast”, o sea, la historieta de la chica linda de un
pueblito francés que, asediada por el galancete fatuo del lugar, Gastón, va a
dar al palacio sombrío de la bestia. Y a
usted le parece pueril y duro de tragar esa idea, ah, pero es que trata de un
hechizo, no de la realidad monda y lironda.
O sea, que todo va salir bien respaldado por las melosas melodías que
destilan miel por todos lados, y que ya
entonces terminan las infundadas sospechas “gays” de parte del Gastón y su amigo,
ayudante o lo que fuera.
Dos horas y nueve minutos fueron demasiado para mí.
La bella y la bestia, (Beauty
and the beast) Dirección: Bill Condon; Guión: Stephen Chiberski, Eva
Spiritupouls; Musicalización: Alan Menken; Fotografía. Tobias
Schliester; Intérpretes: Emma Stone, Dan Sevens, Luk Evans, Kevin Kline,
Stanley Tucci.