Palabras de Presentación y prólogo del libro
El que tienen en sus
manos es el último libro de cuentos que publicará Armando Almánzar Rodríguez, premio
nacional de literatura 2012, quien termina aquí casi cincuenta años de
dedicación continua al arte de la narración corta. Desde “Limite” su primer libro,
titulado así por el cuento del mismo nombre que había sigo ganador en un
concurrido concurso cuyo jurado presidía nada menos que Juan Bosch, hasta el presente. Su obra ha
cumplido cabalmente con las expectativas de los lectores en cuanto disfrutar del
encanto primigenio de la narrativa, que es la de cautivar y aprehender a los
lectores, sustraídos de la cotidianidad, para vivir el mundo maravilloso de la
ficción.
El puñado de
historias que forman este libro demuestran la madurez y maestría adquiridas por
Armando con el paso del tiempo, hilando historias ceñidas, sin ripios,
centradas, unas que parecen, sino fuera por la fuerza narrativa y el impacto de
sus finales, crónicas de la agobiante realidad que nos rodea, social y física,
pues la ciudad de Santo Domingo, metrópoli tercermundista, llena de excesos y
carencias, es el trasfondo común a muchas; otras, surrealistas, salidas del mundo de los
sueños, nos dejan cautivados por el
vuelo de su inventiva e imaginación.
Siempre me intrigó la
entrega casi exclusiva de Armando a sus dos pasiones artístico-intelectuales:
el cine y la ficción, especialmente la narración breve, que han estado
presentes a lo largo de su vida. Con una persistencia que no cesa, devora
película tras película y escribe cuentos tras cuentos, sin vacilar por un
momento en la radical elección de sus dos afanes. En cuanto al primero, a todos
nos consta su encantamiento por la sala a obscuras y la pantalla, a las que
acudía asiduamente desde niño y que precedió al ejercicio profesional de la
crítica. En lo literario, eligió la
historia corta, desde sus primeras creaciones aparecidas al término de la
guerra de abril. Por supuesto hubo influencias, los maestros como Chejov,
Borges, Cortázar y Rulfo y por supuesto Juan Bosch que se constituyó en esos
años en una auténtica revelación para aquella generación recién salida del
obscurantismo trujillista. Hay que hacer constar que más adelante incursionó e
en la novela, alternativa casi obligada, para la que está particularmente bien
dotado, creando además un insólito investigador policial que actúa en nuestro
país, algo realmente admirable y novedoso.

En comentarios que me
tocó escribir sobre alguno de sus libros anteriormente publicados, creí
descubrir los vínculos que ligan al autor a esta doble forma de expresión.
Obviamente hay elementos comunes entre el cuento corto, que viene desde la
tradición oral y el cine, relativamente reciente como expresión artística.
Advertí que la brevedad forzosa de una cinta, guarda relación con la extensión
normal de un cuento; ambas se ciñen a una sola historia, sin desviaciones. La
intensidad, para mantener el interés, debe lograrse en pocas escenas o en pocas
páginas, contrario a las novelas donde el lector suele aceptar baches, largas
descripciones y en muchos casos, tramas subalternas. Tras la aparición del cine a principios del siglo
pasado y la consolidación de su propio lenguaje, mediante el montaje, los
cortes, saltos en el tiempo y otros medios que le son propios, ha terminado
influenciando en el estilo de un sinnúmero de narradores, entre los que se
encuentra nuestro autor, que emplean con destreza recursos cinematográficos,
que el lector avezado percibe en el modo en que se “monta” o se “encuadra” un
determinado momento de la narración.
Recientemente cayó en
mis manos, un texto de Edgar Allan Poe, uno de los padres del género, donde
justificaba ante sus críticos reales o
imaginarios, el porqué sólo escribía cuentos cuando de ficción se trataba,
decía Poe con supremo acierto a mediados del siglo XIX, que los textos breves
en prosa habían de tener cada vez más importancia en la trasmisión de los
contenidos culturales; que el lector moderno, apremiado por la prisa, necesita
cosas más cortas, en lugar de las voluminosas, Este nuevo lector que Poe
anticipó y que todos nosotros conocemos muy bien, no puede dedicarse – son sus
palabras- a seguir los vericuetos de historias interminablemente demoradas, que
se aplazan mil veces antes de llegar al desenlace, busca, contrariamente, una
emoción intensa y abarcable de una sola vez, por lo que la narración perfecta,
según él, debe ser una lectura que lleve entre media y dos horas.
Sigo citando a Poe,
la novela larga tropieza con serios obstáculos en su tarea de atrapar al
lector, como no puede ser leída de una sola vez, se privada de la inmensa
fuerza que se deriva de la totalidad. Los sucesos del mundo exterior que
intervienen en las pausas de la lectura modifican o contrarrestan, en mayor o
menor grado, las impresiones del texto. El cuento, al igual que el cine, que
nos tiene cautivos en una sala hasta que termina la exhibición, permite al
autor desarrollar plenamente su propósito, sea cual fuere. Durante la hora de
lectura, el alma del lector está sometida a la voluntad de aquel y no actuan
circunstancias externas o intrínsecas, resultantes de la interrupción o el
cansancio.
Edgar Allan Poe buscó
como meta literaria el sometimiento repentino y total del lector, su rapto a
otra dimensión donde el escritor es el único demiurgo. No sé si Armando se
propuso deliberadamente lo mismo que su genial precursor, o si el acendrado
vicio del cine donde entrega sin distracciones dos horas de su mejor atención a
la pantalla, influyó subliminalmente en su adhesión sin reservas a la escritura
de cuentos cortos; lo que si podemos
afirmar es que como ocurre con él mismo, trata de que el lector ponga entre
paréntesis su vida y hasta la realidad del mundo, que entregue su alma para ser
dirigido con plena autoridad por el autor. En los cuentos que vas a leer amigo
lector, conseguirá apartarte radicalmente de la realidad que te rodea y
sumergirte hasta la asfixia en sus historias, por el breve tiempo necesario,
como en el cine, para producir el encantamiento, la inefable sensación de
sentirnos, ausentes del mundo cotidiano.
Los cuentos
contenidos en el presente volumen, que ojalá que no sea, en desmedro de los que
lo leemos, el último que publique, poseen esa notable cualidad, algo así como
una hipnosis a través de las palabras, que atrapan inevitablemente la atención
del lector, que lo seguirá hasta el punto final, en vilo, mientras recorre,
tomado de la diestra mano de Armando Almánzar Rodríguez el ámbito particular de
cada una de sus historias.
Alberto Perdomo C.
Febrero 13, 2013