A manera de introducción
Armando Almánzar Rodríguez
presenta en esta ocasión a sus lectores, este tomo con dos novelas cortas,
última producción de su muy dilatada carrera como escritor de ficciones, prestigiado
ya con el Premio Nacional de Literatura (2012). Mejor conocido como cuentista, a partir de su primer libro en la década de
los sesentas y las decenas que ha publicado hasta la fecha, tras los pasos de consagrados precursores
dominicanos, de la talla de Juan Bosch, Sanz
Lajara, Virgilio Díaz Grullón, comenzó
su andadura junto a sus contemporáneos René
del Risco, Miguel Alfonseca y Enriquillo Sánchez, hasta alcanzar un lugar señero entre los
cultores del género, tanto en nuestro país, como en la rica tradición
latinoamericana.
La madurez y el
trabajo constante, creo que siempre tiene un historia por escribir en la
cabeza, ha ido con el paso del tiempo, destilando
la singularidad de su propio estilo, hilando historias ceñidas, sin ripios,
centradas, que a veces parecen más bien crónicas de la agobiante realidad que nos
rodea, social y física, la ciudad de
Santo Domingo, su ciudad, en el sentido más visceral, llena de excesos y
carencias, de barrios y clases sociales entrecruzadas, de mansiones y casuchas
destartaladas, avenidas pretenciosas y callejuelas y en el fondo, siempre, la zona intramuros, donde transcurrió su
infancia y primera juventud, en aquella casona de la 19 de marzo, en un patio
estrecho, con un abuelo gruñón, solteronas y tíos excéntricos, primeros amoríos
y todo aquello que conforma el trasfondo inconsciente , el sustrato común a
toda su obra, espacio y tiempo literario donde se agitan los variopintos
personajes de sus relatos, representantes la mayor parte de ellos, de los dominicanos que sobrevivieron,
cuando menos traumados, la tiranía de
Trujillo, para quedar inmediatamente atrapados en la convulsa y sangrienta
transición, pasando por la guerra de abril, hacia una democracia defectuosa y corrompida,
en la que sobreviven entre simulaciones y engaños, en la lucha por alcanzar una
vida razonable y digna.
A grandes rasgos, esta
ciudad crecida y múltiple y estos personajes atrapados y aturdidos en la
convulsa historia nuestra, casi surrealista, constituyen el núcleo, el
fundamento, de casi todo lo que nos cuenta Armando Almánzar Rodríguez, por supuesto no toda
su obra, pues en adición a su contribución a la crítica cinematográfica, de la
que ha sido auténtico pionero y cultor
permanente, ha tenido tiempo y garra
para incursionar en otras temáticas y otros formatos, este es el caso de sus
novelas policíacas, este subgénero tan querido por todos los lectores, natural y
creíble cuando transcurre, como casi todas, en los países desarrollados cuyos
cuerpos policiales y sus ingeniosos detectives de gran capacidad deductiva, aceptamos.
Por eso siempre me atrae el contraste y la originalidad de las historias donde opera
a contrapelo de una policía encallecida y brutal, el desencantado capitán
Cardona, dilucidando crímenes obscuros en medio de personajes corruptos y
retorcidos del bajo mundo dominicano. Un protagonista como este y los casos que
resuelve son dignos de nuestra mejor elección literaria.
Son muchos los que vinculan su obra sólo con la narración corta, el
cuento, conocen de los premios que ha logrado con ellos, las antologías en que
han aparecido y pasan por alto su incursión en el género de la novela y
especialmente la novela corta, cuya escritura demanda otro enfoque y una
técnica distinta, sin que esto tenga que ver por supuesto, con el valor
intrínseco, con la calidad literaria que debemos exigir a cualquier texto.
Involuntariamente
preso de unos arquetipos y una tradición, la mayoría de los escritores se
someten, incluso en sus parciales rebeliones, a los dictados de una forma
literaria específica, postergan su
personal individualidad al colectivo monumento literario en el que participan.
Así lo siente el lector que suele reclamar más del género que de tal o cual escritor:
dicen “me gusta la novela negra” o el “cuento corto” antes de precisar “me
gusta Conrad” o “Hemingway”, sometiendo un poco la creatividad de autor a las
peripecias, involutivas o evolutivas del género en cuestión. Armado Almánzar R.,
ha tenido la inteligencia necesaria para no quedar preso dentro de los límites
de un género en particular, aún siendo un autor más que exitoso dentro de una de estas formas establecidas de la
ficción, el cuento corto, desde
relativamente temprano en su carrera, cultivó otras formas de la narración ficcional como la
novela clásica, la novela negra y la novela corta.
Precisamente son dos
novelas cortas las que recoge el presente volumen y ha riesgo de resultar cargante creo que
vale la pena hacer algunas precisiones sobre esta categorización literaria que
viene de lejos, tiene como antecedente el relato corto medieval, menos
desarrollo que la novela aunque sin la economía del cuento. En Italia con el término “novella” se denominaba aquel relato más breve que el “romanzo”,
“roman” en francés, que devino novela en el idioma nuestro. Ya en el siglo de
oro español comenzó a usarse en el sentido que le daban los italianos,
Cervantes llamó “novelas ejemplares” a
sus textos más cortos y “libros” a los extensos, como el propio Quijote.
El siglo XIX, fue el
siglo del apogeo de la novela, tal como la conocemos ahora, el insigne E. A.
Poe, con aguda inteligencia, se quejaba
de que lo peor de este género es, que al no poder ser leída de una sola vez,
priva al lector de la inmensa fuerza que se deriva de la totalidad. Aunque la
novela fue la forma preferida de la mayoría de los escritores de ficciones desde esos años de
comienzos del XIX, hubo, paralelamente,
grandes cuentistas, Maupassant, Chejov,
por mencionar solo dos, por cierto el primero excelente cuentista pero
pésimo novelista, Quiroga en nuestra América es otra muestra del buen cuentista
y fatal novelista. Otros escritores más afortunados, han conseguido obras apreciables en la novela
convencional, en la novela corta y en el cuento propiamente.
Benedetti en un
pequeño ensayo que publicó en 1953, sobre la novela corta, dice: “un cuento que
tenga un núcleo de novela, como cuento es imperfecto; como es imperfecta la
novela que sea el estiramiento de un cuento”. El cuentista sugiere más que lo
que dice, el novelista necesita más espacio para un efecto igual. Cortázar,
otro que incursionó con éxito en todas las formas de la narración, concluye que
este género, la novela corta o short storie en inglés, se encuentra a caballo
entre la novela y el cuento y que quien lo afronte como escritor debe tener presente
una especie de equilibrio entre ambos. Para citar algunos ejemplos de novelas
cortas, al margen de la literatura llamada negra, donde es casi la norma, pensamos
en la “Metamorfosis” de Kafka; “El
Perseguidor” de Julio Cortázar; “La Hojarasca” de Gabriel García Márquez y
tantos otros que el amable lector conocerá.
“Alicia”, uno de los
dos títulos de este volumen, es un magnífico ejemplo, equilibra la tensión del cuento con la
exposición novelística, no hay historias al margen de lo que nos dice en
primera persona su protagonista, está
construido con tiradas alternas entre el tiempo real que vive el personaje y lo
que sueña, incluso marcados con un tipo de letra para cada estado. Al principio
con una descripción detallada, propia de la novela, Armando Almánzar R., pinta,
sin los trazos enérgicos y cortos de sus
cuentos, sino con morosa delectación, como una cámara que se pasea lentamente por
el entorno del protagonista, la calle,
las casas, los vecinos, así como la psiquis acomodada a circunstancias que le
han favorecido, luego cambia de ritmo y retoma la intensidad del cuento que termina
con un final sorpresivo y rotundo.
En suma, no vacilamos
en recomendar las dos novelas cortas incluidas en el tomo que pasa a manos de
sus lectores, como una muestra más de un narrador que logra de nuevo,
cumpliendo con el primer mandamiento del escritor de ficciones, que no es otro que atrapar la
atención de sus lectores, no importa el género que haya escogido, hasta
sacarlos de la cotidianidad, para vivir
el encantamiento inefable de toda buena literatura, como la que continúa
haciendo Armando Almánzar Rodríguez.
Alberto
Perdomo Cisneros
Mayo del 2014
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