En efecto, sin importar que al final de la historieta quede vivo o
haya muerto, el caso es que cualquier fanático del cine de acción sabe
que, al igual que Bruce Willis, como antes Mel Gibson, como mucho mucho
antes John Wayne y otros cuantos más, en un “thriller” protagonizado
por Liam Neeson él y nadie más que él es el héroe, muy a pesar de ser su
personaje borrachín, desgastado por la edad, mafioso, asesino o lo que
les venga en gana a los guionistas de turno.
Y, como buen héroe,
durante algo más de hora y media ese héroe va a repartir piñazos a
diestro y siniestro, va a manejar un carro cualquiera con mayor pericia
que Fernando Alonso o Hamilton, lo va a chocar tres docenas de veces
(cosa que no hacen ni pueden hacer los de la Fórmula 1), va a disparar
mientras maneja en medio de un tránsito endemoniado sin perder la
dirección, va a espichurrar dos docenas de villanos porque aunque él sea
un malo los otros son peores y merecen desaparecer antes de que
aparezca la palabra fin, y va a salvar a otros que, como sí son buenos
de corazón, merecen que un “duro” de verdad les salve de los malos más
malos que el malo Liam.
Debe haber una explicación sicológica
sobre ese planteamiento: ¿cómo es posible que sí todos los fanáticos de
ese tipo de cine, esos que conocen los personajes que hace Liam, saben
lo que va a pasar, todos sigan impertérritos a verle repetir lo mismo?
http://www.listindiario.com/entretenimiento/2015/3/13/359795/Una-noche-para-sobrevivir
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