lunes, 21 de abril de 2014

Un día con García Márquez


Era julio y era el calor.
Se iba a llevar a cabo un homenaje al Profesor Juan Bosch en La Vega y estaba en la comitiva que iría a la ciudad.
Pero no era algo tan sencillo.
Además de los amigos de Bosch, que eran muchos (aunque algunos de tapadera), se añadía un detalle que haría aquello más excitante: entre los invitados al homenaje aparecía un nombre que ya era símbolo literario en aquel 1979: Gabriel García Márquez, el Gabo, estaría en el grupo, en la comitiva que se dirigía al Hotel Montaña.
Y allá iba yo, pero no en mi destartalado automóvil, un Renault 12 que renqueaba y tosía como asmático agripado, sino junto a otros en un vehículo más adecuado. 
Fuimos a dar al hotel, y el día era hermoso, vivificante, y comenzaron los discursos de las  autoridades de La Vega, y se extendieron.
Y lo minutos pasaron.
Y las horas pasaron también.
 Por esa sencilla razón, cuando al fin sirvieron el almuerzo, lo que se suponía sería un sabroso sancocho devino en algo frío cuya grasa se había petrificado sobre el caldo.
Entonces, ante el pasmo generalizado, antes las miradas lánguidas enfrentadas al “suculento” sancocho de los ya hambrientos comensales, escuché al Gabo bromear con Bosch.
“Esas cosas sólo pasan en Latinoamérica”.
Claro que, por suerte, si el sancocho se nos frustró, por lo menos le escuchamos hablar sobre uno de sus próximos libros, le escuchamos intercambiar ideas con Don Juan.
 Y todo aquello fue fascinante.
Irrepetible.


Armando Almánzar R.
Santo Domingo, 21 de abril de 2014

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