“El Hobbit”: un viaje inesperado

Peter Jackson se limita a contar en imágenes con elegancia, dinamismo, certeza cinematográfica, pero no puede envolver en el condicionamiento del creador original

En ocasiones no sabemos si el problema que enfrentamos con cierto tipo de películas es algo que llevamos muy adentro o, tal vez, por esas cintas en sí. Veamos un ejemplo palpable: cuando hace unos años comenzó el asunto de Tolkien llevado al cine, o sea, cuando a Peter Jackson se le metió en la cabeza que tenía que poner en imágenes esas novelas desbordantes de fantasía en las cuales el autor creaba todo un mundo diferente al nuestro (no del todo diferente, agregamos ahora como entonces, porque hay mucho nuevo, pero sobre la base de mucho de lo que ahora vivimos y disfrutamos u odiamos).

Las tres películas fueron tan alegremente acogidas, tanto por el público como por la crítica, que de inmediato dio inicio a lo que ahora nos atribula y confunde: a nosotros no nos gustaron tanto.
La primera, porque no termina, y a nosotros, muy particularmente, nos gusta ver los films completos, nada de tener que esperar meses para continuar con el relato.




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