sábado, 21 de diciembre de 2013

‘El Hobbit: la desolación de Smaug’



Nos imaginamos a Peer Jackson, de 15 años, en su Nueva Zelandia natal deslumbrado viendo “Taxi Driver”, “The Front”, “Carrie”, todas excelentes, pero tal vez prefiriendo “Rocky”, “King Kong” o “Midway” porque, aunque no tan buenas, son espectaculares, taquilleras. O sea, que tienen más de show que de cine. Y, tal vez también, en ese año 1976, Peter, como casi otro cualquier joven, decidió que iba a hacer también películas espectaculares y, sobre todo, que haciéndolas se iba a hacer millonario, multimillonario.
Y ha cumplido con sus esperanzas y deseos Peter Jackson. Descubrió, como lo hubiera hecho un buscador de oro en el Klondike a fines del siglo 19, un perfecto filón: Tolkien.
Porque Tolkien creó todo un mundo de ficción, pero, sobre todo, creó un mundo repleto de exotismo, de aventuras, de batallas, de seres extraordinarios, enanos algunos, normales otros, monstruosos los más.
Y eso, sobre todo en sus aspectos exteriores más llamativos, es el mundo Tolkien-Jackson. Cuando vean “The Hobbit: the Desolation of Smaug”, eso es lo que van a encontrar, en especial, unas películas pensadas para hacer cine y, más aún, para hacer dinero. La novela en la que se inspira no es demasiado extensa, pero, sabichoso, conociendo la pasión de miles y miles por el autor, la dividió en tres para sacarle más provecho.
Por supuesto, usted ve este film y se percata de que Jackson está haciendo cine de verdad, que hay secuencias que revelan una enorme capacidad de puesta en escena como esa de la fuga del grupo entonelados, o sea, viajando vertiginosamente por un río metidos en toneles, una edición capaz de dejar a cualquiera sin aliento.
Y toda la película, todos sus extenuantes 161 minutos (léase: dos horas y 41




http://www.listin.com.do/entretenimiento/2013/12/20/304211/ElHobbit-la-desolacion-de-Smaug

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