Hacer cine no es que alguien te cuente una historia que te parezca
interesante y que, entonces, como da la casualidad de que eres
propietario de una camarita, entonces te buscas unos amigos para que
manejen la técnica y unos cuantos individuos e individuas para que hagan
los personajes.
Pero, poniendo los términos al revés, hacer cine
no es tener muchísima disponibilidad de dinero, un tremendo equipo
técnico, facilidades para maravillosos efectos especiales y un reparto
de estrellas a tu disposición para filmar el último “bestseller”.
En
ambos casos, hay 99 % de posibilidades de que el resultado sea un
solemne disparate, paupérrimo en el primero, rutilante pero huero en el
segundo.
Amat Scalante, con “Heli”, y ahora Diego Quemada-Díez con
“La jaula de oro” nos prueban que para hacer cine, se necesita, por
obligación, el gusto por el séptimo arte, o sea, el muy íntimo deseo de
hacer cine sin andar dando rodeos en procura de que le caiga bien a
alguien o a algunos, no importa si el primero sea un productor
millonario o los segundos el público. Ellos tienen su firme idea de lo
que desean plasmar en imágenes y a ello se atienen.
Hacer cine es, además de saberlo hacer y tener una idea prístina de lo que quieren contar, es poseer una cultura básica que te permita rastrear la historia, la sicología de los personajes, el contexto social en que se desenvuelve un relato, todo aquello que necesariamente influye en las características de los seres creados que tú, como creador, has dado a la luz para enfrentarlos a miles, tal vez a decenas de miles de espectadores de diversas nacionalidades y culturas.
http://listindiario.com.do/entretenimiento/2014/4/11/318029/La-jaula-de-oro
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