sábado, 7 de mayo de 2016

“Nana”

“Nana”, sí, “Nana”, una palabrita, un nombre cualquiera, pero con una gran significación. “Nana”, insistimos, una sorpresa, pero no solamente porque sea una buena película, un muy buen documental, sino por lo que envuelve ese preciso detalle: “Nana” es un documental.
Y, por si acaso ustedes, lectores veteranos de esta columna o estupefactos debutantes; lo que sucede es que, en un país donde prácticamente casi todo aquel que toma una cámara del tipo que sea, llama a dos amigos y dice: “Vamos a hacer una película”, y, más aún, casi todos aquellos que también toman una cámara pero que, además, cuentan con un formidable equipo humano o un elenco impresionante de intérpretes, casi todos ellos lo hacen pensando en que van a invertir 100 y se van a forrar ganando 100,000.
Y el reverso de la moneda es, precisamente, ese o esa o esos seres extraños que toman una cámara y dicen: “Vamos a hacer un documental”.
Reverso porque, quien ese acomete, tiene que estar consciente de que va a invertir poco o mucho y no va a ganar nada o casi nada.
Porque en nuestro país mercurial cinematográfico quienes hacen documentales, al igual que quienes hacen cortos, repetimos, lo hacen a sabiendas de que no están haciendo negocio.
Y se hace evidente, entonces, que esa chica a quien no tenemos el gusto de conocer, Tatiana Fernández Geara, rodó 71 minutos (debe haber rodado muchísimo más, pero el filme tiene eso: 71 minutos), rodó en barrios de Santo Domingo, en campos y pueblos de nuestro país, en Estados Unidos, se gastó un dinero que ganó en el muy útil concurso de la DGCIne, Fomprocine, puso lo más seguro algo de su propio peculio, trabajó, afanó, manejó la cámara, coescribió el guion, lo dirigió todo, a sabiendas, repetimos, de que no iba a ganar dinero con todo ello.
Pero a sabiendas, también, de que estaba haciendo algo porque se sabe capacitada para ello, porque estaba haciendo algo porque ese algo le gusta, le llena, le satisface, que es lo contrario de lo otro, que se hace con los ojos puestos en el presupuesto y con muy poco en la cabeza para hacer el trabajo y mucho menos en el corazón.
“Nana” nos habla en imágenes hermosas, pero también incisivas y reveladoras, de eso que es la vida de miles de dominicanas, mujeres que en ocasiones empiezan desde muy jóvenes a trabajar como niñeras en casas acomodadas de la ciudad, cualquiera que sea, y que, para poderlo hacer, para poder dar su cariño a los niños de otros, tienen por fuerza que dejar a los suyos en manos de abuelas, de hermanas, de primas o de quien sea. Y eso nos revela no solamente ese detalle, sino otro muy importante: que la mujer pobre en nuestro país empieza a tener hijos desde niña; que no recibe instrucción alguna para protegerse, para evitar los hijos; que no tienen la manera de dilucidar lo que es un matrimonio por amor; que son muy pronto abandonadas, la mayoría de ellas, por esos “maridos de ocasión” que no quieren más que pasar un rato disfrutando de carne fresca y, todavía, más que no hay un sistema que las ayude y proteja cuando quedan solas y con hijos.

http://listindiario.com/entretenimiento/2016/05/07/418316/nana

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