Lo que hacíamos los jóvenes de entonces cuando nos reuníamos en la
Santomé, durante las noches desfallecientes y tensas de la Guerra de
Abril, era “chuparrealismo”, una deformación chusca del surrealismo sin
ribetes ni aspiraciones de seriedad. Era pasar el rato, era vencer el
tedio cuando nada sucedía pero todo se esperaba. Eran tonterías y
disparates sin sentido, locuras bajo la luna sin bombillas pero con un
par de tragos embuchados y la esperanza de una salida triunfal
imposible.
Viendo “Bestia de cardo” recordamos el “chuparrealismo” .
Lo
recordamos cuando vimos esa iluminación brumosa a ratos sin sentido,
esa edición brincolera que nos desconecta de la realidad diegética y nos
deja boqueando, esos diálogos que a ratos no se escuchan con claridad y
cuando se escuchan, a veces expresamente, otras no, no tienen sentido.
Nosotros podemos felicitar a Virginia Sánchez Navarro por su valentía a toda prueba.Ella se metió en camisa de once varas y, por supuesto, le sobraron nueve
o diez. Comenzar una historia con simbolismos cuya intención se viene a
captar al final, pero que no posee fuerza, como eso de colocar a todos
sus amigos y familiares atados por la tradición, por la costumbre, suena
muy bonito pero nos pareció algo aburrido, sobre todo en la primera
vez. ¿Una niña jugando con una pelota? Todavía tratamos de encontrarle
sentido a ese otro símbolo.
http://www.listindiario.com/entretenimiento/2015/5/8/366432/Bestia-de-cardo-Cojea-bestia
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