Según nuestra experiencia (de oídos, de testimonios de gente que 
creemos), en Cuba, la Cuba “revolucionaria” de tantos y tantos años, las
 manifestaciones artísticas son permitidas... hasta cierto punto. En la 
radio no todos pueden hablar, y los que hablan no pueden salirse del 
guión. En el teatro sucede lo mismo y la TV es estatal, con lo cual se 
da por entendido que no todos los que desean aparecer en pantalla pueden
 hacerlo. En literatura, ya conocen la historia.
Pero el cine es 
un mundo aparte. Desde los mismísimos años 60, Tomás Gutiérrez Alea se 
mofó con cariño de la burocracia ya anquilosada con “La muerte de un 
burócrata” (1966), aunque luego, ya sin sonrisas, “Memorias del 
subdesarrollo” (1968) fustigó con altura y, para terminar, en 1995 
choteó el sistema con la simpática “Guantanamera”.
Pero lo de 
ahora, para buenos entendedores, es un cuchillo de doble filo: la madre 
abnegada del discapacitado mental, ella que apenas se fija en su otro 
hijo porque solo tiene ojos para el primero, lo interna en un 
establecimiento del estado, y allí le vemos junto a una joven orate que 
clama de continuo que es “revolucionaria”. La madre medita sobre el 
hijo, pero mientras lo hace la cámara toma detalles de edificios de La 
Habana desmoronándose, la loca sigue gritando lo mismo, la madre, casi 
al final, vuelve sobre sus pensamientos y su hijo para decir: “He pasado
 años esperando una señal para ver si cambia”.
http://www.listindiario.com/entretenimiento/2015/5/8/366431/La-pared-de-las-palabras

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